Bajo los ojos
del diablo
Por: Germán Ortega y Noé Rodríguez
Ahí estaba Santiago, postrado sobre una destartalada silla en la
cabecera de la rústica mesa gastada en el centro de la pequeña habitación de su
casa, las paredes estaban desgastadas y enmohecidas, el suelo se limitaba a
estar formado por antiguas losetas
de canteras cuarteadas, un pequeño candil colgado sobre la mesa daba una
iluminación tan tenue que daba la sensación de ser siempre de noche aunque uno
se encontrara a mediodía debido a
que el comedor se encontraba en el centro de la casa y no había ventanas cerca.
El aroma de la habitación era una mezcla de humedad y de la caliente paella que
se encontraba en la mesa vaporando aún.
El pequeño niño daba lentas y torpes cucharadas al tazón que
contenía la paella; cada que hundía la manchada cuchara al platillo, su mano
daba un recorrido indeciso hacia su boca y masticaba desganadamente la comida
mientras miraba sin ánimos de atención el vaso de agua que se encontraba a su
derecha. Su madre estaba parada al otro extremo de la mesa, era una mujer joven
y hermosa aún, su pelo era castaño y ondulado, sus ojos cafés resaltaban bajo
la opaca luz del candil y su madura pero sensual figura se dejaba ver a través
del vestido delgado que usaba cuando hacía labores domésticos, sus casi
perfectos senos junto con sus hermosas piernas atraían las miradas lujuriosas
de muchos de los habitantes del pueblo, después de todo, aún estaba en sus
treintas.
¿Era un regaño o sólo pláticas vagas lo que su mamá trataba de
decirle? Esa pregunta pasó durante un momento por la mente de Santiago mientras
seguía comiendo, volteó a ver a su madre lentamente y su ella hizo una pausa
repentina, él nunca se tomaba la molestia de poner atención a lo que acontecía
a su alrededor así que fue un agradable impacto para su madre que éste le
pusiera atención después de todo, pero el niño sólo se limitó a volver la
mirada a su plato y volver a ignorarla; de pronto soltó la cuchara con un signo
de molestia y descuidadamente se empujó hacia atrás para recorrer la silla, se
dirigió hacia la puerta sin voltear atrás y la abrió de golpe, se quedó parado
durante un par de segundos mientras escuchaba los sollozos de su madre, no la
odiaba pero extrañamente en su interior no se produjo remordimiento alguno, continuó
caminando y la puerta se cerró detrás de él, caminó por el pasillo que daba a
la puerta principal y de igual forma salió sin preocuparle dejar a su madre
destrozada por el rechazo de su único hijo.
El sol golpeó los claros ojos de Santiago haciendo que los
entrecerrara para evitar encandilarse completamente, era un niño delgado y de
estatura algo baja en comparación con otros chicos de su edad, su cabello
castaño no era muy largo pero alcanzaba a rozar sus cejas, estaba ligeramente
despeinado pues nunca prestaba demasiada atención a su apariencia, algo típico
en alguien de su edad, tenía una pequeña mancha de nacimiento en lo alto de su
respingada nariz, vestía un corto pantaloncillo café, una camisa blanca de
manga corta, descuidada ya por tantas lavadas fajada en dicho pantaloncillo,
calzaba unos botines cafés raspados y desgastados. Comenzó a caminar por la
polvorienta brecha hacia la vieja granja abandonada del pueblo donde siempre se
encontraba con su amigo Pablo, la única persona que lo entendía y acompañaba en
sus ratos difíciles.
Desde pequeño había descubierto que el mundo era algo ajeno a él,
había sentido el rechazo de los otros niños y gente con la que alguna vez
convivió, algunas veces se sentía demasiado triste y no sabía la razón, también
se sentía muy molesto y desesperado sin entender el motivo, lo único que podía
recordar era que otros niños lo molestaban y lo lastimaban cuando él sólo
trataba de aislarse; el único que siempre lo había apoyado era Pablo, siempre
Pablo, esa era la razón por la cual Santiago lo veía como un hermano. Cuando lo
vio sentado sobre una gruesa llanta de tractor escarapelada sonrió como pocas
veces lo hacía y le dio un fuerte abrazo, sin duda las dos semanas sin verse
los habían echo extrañarse mutuamente.
- ¿Qué pasa Santi?, tu madre me ha dicho que habías enfermado de
gravedad ¿Todo bien?. Le preguntó Pablo enérgicamente mientras caminaban
sacando piedritas del camino con una vara de madera por la antigua granja.
- Si pues todo ha sido una exageración de mi madre, tan sólo tuve
calentura y algunos dolores de cabeza pero ya me siento mejor. Respondió de
manera desganada pero atenta a su amigo, se estaba acercando a la viejo pozo de
agua que ahora se asemejaba más a una grieta ya que se había estado desgastando
de tal manera que un pedazo entero del aro de piedra había desaparecido por
completo.
Era la primera vez que se acercaban a esa zona ya que hace un par
de años había ocurrido un grave accidente en el pozo el cual involucraba a un
pequeño niño y la gente anciana del pueblo comentaba que en ese lugar habitaba
algo extraño, supersticiones seguramente pero eran suficientes para ahuyentar a
toda la gente que vivía en aquella tradicional localidad española. Durante
mucho tiempo los dos niños evitaban acercarse al pozo pero ese día su plática
no les había permitido darse cuenta que estaban a sólo unos pasos de ese viejo
patio en donde se habría de repetir otro fatídico accidente.
- Sería bueno asomarnos a ver al viejo del costal ¿Eh Santiago? Comentó
en un tono entusiasta Pablo al mismo tiempo que se acercaba cuidadosamente al
pozo; Santiago lo miró, le echó una breve sonrisa mientras se encogía de
hombros y se acercó tímidamente hacia donde se encontraba su amigo. Se asomaron
recargándose en las orillas del aro de piedra que aún se sostenía alrededor del
pozo. – Oiga señor costalero, ¿Está ahí?, ¡vamos, hemos venido a saludarlo. Le
gritaban los niños al fondo del pozo mientras reían burlonamente.
De pronto Santiago sintió un escalofrío en su nuca y un impulso lo
hizo voltear hacia atrás rápidamente, vio a unos cuantos centímetros de él a
uno de los niños que siempre lo molestaba en la calle, trató de gritarle a
Pablo para advertirle pero la sorpresa lo enmudeció y de su boca solo
salieron ligeros gemidos, no pudo
hacer nada mas que abrazar a su amigo fuertemente y ver como el malicioso niño
los empujaba vigorosamente al fondo del pozo.
Cayeron los dos amigos soltándose al iniciar la caída, no podían
distinguir mucho en la creciente oscuridad, de repente Santiago pudo distinguir
el fondo del pozo, no habían grandes cantidades de agua, en su lugar habían
pequeños charcos, lodo y piedras aplanadas húmedas. Primero cayó Santiago, su
pierna recibió el impacto y de pronto en su interior pudo escuchar como el
hueso se quebraba como se quiebra una rama de árbol, también recibió un fuerte
golpe detrás del oído al caer por completo, pequeños brotes de sangre
comenzaron a aparecer por su cuello. Segundos después cayó Pablo, su cuerpo se
había volteado y su cabeza recibió el impacto, su cuello crujió y al caer por
completo, su cuerpo tuvo unos pequeños espasmos antes de quedarse completamente
inerte, había muerto.
Santiago trató de levantarse al ver a su amigo yaciendo en el
suelo pero su pierna se dobló como una hoja de papel y echó un estruendoso
grito que resonó en la bóveda subterránea, cayó de golpe y se arrastró hacia
Pablo, -Pablo, responde, ¿estás bien?, Pablo por favor, abre los ojos. Gritaba
mientras las lágrimas brotaban de sus ojos, abrazó el cuerpo de su amigo y vio
como su rostro inexpresivo dejaba claro que ya no se encontraba con vida.
-¡Maldito hijo de puta! ¡Mira lo que has causado! Gritaba
desconsoladamente al agujero de luz que se veía varios metros arriba esperando
ver al mal nacido que había asesinado a su mejor amigo, no pudo verlo ni
escucharlo; ya era cerca de mediodía cuando el dolor de su pierna era casi
insoportable, sabía que tenía que acomodarla de alguna forma, ya había dejado
el cuerpo de su amigo en paz desde hace una hora después de haber llorado y
gritado hasta enronquecer.
Estaba sentado observando su pierna cuando escuchó una risa ronca
proveniente de la oscuridad, -¿Quién anda ahí?, ¿Eres tú hijo de puta? Preguntó
Santiago, en su voz se podía notar el miedo y el dolor que en ese momento
sentía. Una voz grave y ronca le respondió burlonamente, -¿De quién hablas? ¡Mi
madre no es una puta!, creo que ni siquiera tengo una madre a la cual puedas
insultar. Continuó riendo mientras Santiago volvía al cuerpo de su amigo y se
ponía encima de él como si lo estuviera defendiendo, -De Pablo no te preocupes,
ya poco le puede pasar al pobre desgraciado. Dijo la voz burlándose del pobre
Santiago.
-¿Quién eres?, ¿Cómo sabes que se llama Pablo? Santiago sentía en
su interior una mezcla de miedo e impotencia, no tenía idea de quién lo
observaba en la oscuridad ni qué planeaba hacer con él.
-Tranquilo Santiago, los conozco muy bien a ambos, los he
escuchado cuando vienen aquí tan seguido desde hace mucho tiempo, realmente me
intrigaba saber si alguna vez acabarían aquí como el otro muchacho hace unos
años, sé que no es nada cortés hablar desde las sombras, me mostraré a ti pero
no quiero que vayas a intentar nada estúpido ¿vale?- dijo la grave voz con un
tono discretamente alegre y de pronto una figura no más grande que Santiago se
dejó ver entre la penumbra, era delgado pero no figuraba en él debilidad
alguna, era pálido y sin pelo en su cuerpo, ni una sola ceja era visible en esa
pequeña criatura, sus facciones eran humanas, no muy distintas a la de un niño
como Santiago, pero su mirada a través de esos ojos negros se traducía en la de
un adulto muy perspicaz, su desnudez completa le mostró a Santiago lo asexuado
del extraño ser que ahora estaba parado frente a él.
-Debes tener algo de hambre, ya deberías haber comido ¿no es así?
Preguntó cordialmente la criatura ante la mirada atónita de Santiago, no podía
creer lo que sus ojos le proyectaban pero al mismo tiempo una parte de su
adolorida cabeza le trataba de dar sentido a toda la situación. -¿Quién eres?,
¿Qué eres?, ¿Qué haces aquí? Preguntó de manera frenética el niño a la
criatura.
-Muchas preguntas, no se si tenga respuesta para todas ellas. Dijo
sarcásticamente la criatura. –Si me llamas del algún modo has de llamarme
Mogamú, en cuanto a tu segunda pregunta, no tengo una respuesta que puedas
entender por el momento, y respecto a tu tercera pregunta, estoy aquí porque
escuché tus gritos y vine a hacer un poco de compañía, creo que la que tienes a
un lado no te es de mucha utilidad ¿o sí?. Mogamú reía mientras pronunció esto
último, no parecía amenazante pero aún así Santiago temblaba y sentía por su
cuerpo una sensación fría con cada palabra que la criatura hacía.
-¿Me harás algo?. Le preguntó temerosamente Santiago. – Si
quisiera hacerte daño alguno ya lo
habría echo. Le respondió sin titubeo Mogamú –Simplemente estoy aquí para
hacerte compañía, ya te lo he dicho.
-¿Puedes sacarme de aquí? Necesito sacar a mi amigo y curar mi
pierna, me duele mucho. Dijo Santiago, los ojos de Mogamú se entrecerraron y
una gran sonrisa abarcó gran parte de su rostro, -Si pudiera sacarte de aquí
significaría que yo también puedo salir, y no estaría aquí en primer lugar ¿no
crees?. La criatura reía a carcajadas mientras se acercaba al cuerpo de Pablo.
-¡Aléjate! No te quiero cerca de Pablo, no te quiero cerca de mí, no voy a
dejar que te burles de mí.
La criatura dejó de carcajearse pero su sonrisa no desapareció del
todo, -Me iré por un rato, pero ya me necesitarás después, esa hambre que
tienes va en aumento y yo tengo la solución a eso, háblame si necesitas mi
compañía. Después de decir lo anterior, Mogamú volvió a desaparecer entre las
sombras dejando otra vez sólo a Santiago.
Las horas pasaron y el dolor de su pierna había disminuido, no era
una buena señal de seguro pues ésta había adquirido un color grisáceo, pero lo
que más le importaba en esos momentos a Santiago era el hambre que cada vez se
notaba más, por fortuna tenía un poco de agua procedente de los charcos, no era
muy confiable pero le ayudaría a no deshidratarse mientras pensaba como salir
de ahí; esa noche trató de dormir, en su mente se manifestaba la imagen de su
madre y más que una preocupación sintió ganas de verle y abrazarle.
Ya daba el mediodía del siguiente día y los rayos solares entraban
en aquella cueva mientras Santiago yacía mirando fijamente a Pablo, en sus ojos
se notaba una gran hambre y aparentemente la pierna había empezado a infectarse,
dándole un aspecto demacrado y pálido, el pobre niño supo que tendría que
recurrir a Mogamú si es que quería comer algo.
-Mogamú, ¿me oyes?. Preguntó al viento el niño.
-Siempre te escucho, nunca me encuentro demasiado lejos de ti
muchacho. Respondió en un tono simplón la criatura. -Ya no puedes más con el
hambre si no me equivoco.
-Puedo con ella ¡A que sí!, sólo que me vendría bien algo para
apaciguar un poco mi estomago. Le dijo el chico con una voz retadora. -¿Podrías
darme algo de lo que tu comes? Digo… ¿te alimentas de algo verdad?
-¡Claro que me alimento! Le respondió soberbiamente Mogamú. –Pero
no te he de alimentar hasta que vea que te es completamente necesario, no te
desesperes, todo lleva tiempo, de seguro te arrepientes de no acabarte el tazón
que tu sensual madre te sirvió ¿o me equivoco?
-¿Qué has dicho? Preguntó tajantemente Santiago. Su mirada penetró
en la oscuridad y pudo ver a Mogamú frente a el acercándose.
-Tu madre, una delicia verdaderamente, no entiendo como puedes
ignorarla cuando la tienes cerca, ¿me negarás que la has deseado más de una
vez?
-¡Qué asco me da lo que dices! ¿Cómo puedes insinuar tal
perversidad? Amo a mi madre y nunca la vería de una manera tan enferma. El
chico se paró decidido a moler a golpes a la criatura pero su pierna una vez
más se venció y Santiago cayó al suelo gritando de dolor, la pierna había
vuelto a dolerle como la primera vez.
-Te conozco mejor de lo que tu crees.
-¡Lárgate! Gritó el chico con gran dolor ante la mirada burlona de
Mogamú. –Me iré, te dejaré pensando un poco, volveré cuando vea que no puedes
más con tu hambre ¿te parece?. Respondió Mogamú y reía de una manera que
insinuaba burla, se alejó y desapareció en la penumbra nuevamente.
Santiago estaba realmente incomodo con las insinuaciones que le
había echo Mogamú, nunca se había puesto a pensar en su madre de tal manera, no
negaba que fuera realmente hermosa, pero por Dios ¡Era su madre! Se sentía
asqueado tan sólo de pensar en la posibilidad de verla como algo más. El dolor
en su pierna se hizo tan grande que poco a poco fue perdiendo la conciencia
hasta desmayarse.
Habían pasado tres días, nunca había pasado tanto tiempo sin
comer, el agua se había acabado desde hace horas y su pierna había vuelto a
entumirse, Mogamú no había aparecido desde su discusión con Santiago, éste se
limitaba a abrazar el cuerpo de su amigo cuando se sentía desolado. Su hambre
era insoportable y por un momento pasó por su mente algo horrible.
-A que darías lo que fuera por pegarle un mordisco a Pablo ¿Estoy
en lo correcto? No me vas a negar que aún su carne cruda puede parecerte un
manjar después de estos días. Dijo la voz de Mogamú entre la oscuridad.
-¡Nunca! Es mi mejor amigo.
-Era, ya sólo queda un cascarón que fácilmente puedes tomar sin
pedir permiso.
-¡No puedo más! Hijo de puta tu me has causado esto, estoy seguro
que de alguna manera has conseguido que ese maldito niño nos aventara al pozo
para tu diversión. Gritaba Santiago con lagrimas saliendo de sus irritados
ojos, -¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué, por qué?
Mogamú se dejó ver, en su cabeza ya era visible un poco de pelo
castaño y sus cejas comenzaban a poblarse de manera difusa, éste reía a
carcajadas y aplaudía enérgicamente. –Con que crees que has adivinado todo
¿verdad? Cuando te conocí te dije que no entenderías qué era yo por el momento,
pero creo que ya estas listo para saberlo.
-¡Dímelo maldito, dímelo!
-Como tu quieras Santiago. Mogamú cesó de reír y adoptó por primera
vez una postura más seria. –Ponte cómodo, es hora de matar tu pequeño mundito,
bastardo.
Mogamú se sentó sobre Pablo para sorpresa de Santiago, quien ya no
tenía muchas fuerzas para hacer que se parara de ahí, su mente era un mar de
ideas y recuerdos vagos. Un fuerte dolor de cabeza se apoderó de él y supo que
no le quedaba más remedio que escuchar lo que la criatura tenía que decir.
-Creo que te has ganado el derecho de saberlo, yo fui quien los
arrojó al pozo, yo maté a Pablo, yo soy el que tuve deseos sexuales con tu
madre, tu deliciosa madre, soy el chico que te lastimaba y dejaba cicatrices en
tu cuerpo, yo soy tu hambre, tu enojo, tu miedo, tu confusión, soy todo lo que
tú no puedes ser por cobardía, ¡yo soy tú!
Santiago sentía un vacío helado en su estomago, su piel se había
puesto como de gallina y sintió un fuerte mareo, no entendía lo que Mogamú
decía, pero sí que lo entendía. Una parte de él se negaba a aceptar el echo de
que Mogamú era sólo parte de su imaginación. –¿Tú sólo eres parte de mi
imaginación?
-¿De tu imaginación? Por favor, la imaginación no mata gente ni
provoca querer fornicar con tu madre, yo nací el día que tu decidiste aislarte
del mundo aterrado por las perversidades que tu mente producía, el día que tu
padre murió, producto de tu arranque de ira, dejando a tu madre sola para ti,
¡recuérdalo! ¡Cojones, recuérdalo! Mogamú reía mientras veía como la cara de
Santiago palidecía más de lo que ya estaba al saber que él mismo había
asesinado a su padre, pero… ¿a su mejor amigo?
-Me tomas el pelo. Dijo llorando Santiago, -Claramente observé que
un chico nos arrojó.
-Tu mismo proyectaste esa visión para lavarte las manos, para
negar tus intenciones, para negarme, después de todo, soy la parte de ti que
dejaste encerrada hace años, tenía que salir de algún modo, éste fue la única
forma que encontré, tu madre lo ignora y cree que te estas volviendo loco, pero
¡no señor! No estamos locos, tu madre nos necesitaba con ella, tu padre era un
estorbo y lo sabes, admítelo Santiago, soy lo único que alguna vez te dio
satisfacción.
El pobre chico lloraba desconsoladamente y Mogamú reía cada vez
más fuerte. –Te daré la fuerza para salir de aquí muchacho, tómala de tu amigo
muerto, sólo un pedazo y tendrás la fortaleza de salir de aquí y llegar con tu
madre. –No puedo. Dijo desconsolado el chico, -Es mi amigo, yo no quiero
comerlo.
-¡Es matar o morir chico, o en este caso, rematar o morir! Mogamú
reía e invitaba al chico a comer de su amigo para salir.
-Prométeme que si lo hago desaparecerás y me dejarás en paz,
¡promételo!
-Cómelo, verás que no necesitarás de mi si lo haces.
-¡Promételo!
-Lo prometo. Mogamú dejó de reír completamente y su voz se hizo
más ronca mientras desaparecía entre las sombras por última vez.
Santiago se abalanzó hacia el cuerpo de Pablo, su cuerpo estaba
hinchado pero eso a él no le importaba, sólo quería salir de ahí y olvidar todo
lo que había pasado, después de todo ya lo había echo en el pasado. Pegó un
mordisco a la espalda del cadáver, luego otro y otro, lloraba mientras
masticaba pero no dudó en seguir masticando, cuando quedó saciado se tiró al
suelo y gimió destrozado al saber que había hecho algo horrible, lloró hasta
que se quedó dormido de cansancio. No tuvo sueño alguno.
Despertó, la luz golpeaba sus ojos de lleno, pero no era la cueva,
era diferente, se encontraba en su casa, estaba acostado en su cama con la
pierna amputada y su madre se encontraba a su lado observándolo con gran
tristeza.
-Mi pobre niño, ya estas en casa, no te preocupes, todo va a estar
bien. Le dijo su madre con lagrimas en los ojos.
-¿Qué pasó mamá? Preguntó Santiago verdaderamente confundido.
-¿No recuerdas nada? Su madre se encontraba extrañada y asustada
pero en sus cristalinos ojos se asomaba una chispa de alegría al saber que su
hijo no recordaba nada de lo acontecido. Se acercó a su hijo y lo abrazó con
fuerza. Santiago respondió el abrazo pero sentía algo diferente hacia su madre,
era como si necesitara tenerla en sus brazos por siempre, se mantuvieron
abrazados durante varios minutos y después su madre se separó de él, le dio un
beso en la mejilla y se retiró del cuarto.
-Estaré en la otra habitación mi niño, si necesitas algo dímelo.
-Gracias mamá.
El niño veía la pared con incertidumbre tratando de recordar lo
ocurrido, todo estaba en blanco. De pronto sintió como su cabeza comenzaba a
dolerle, subía de intensidad a cada segundo.
Cerró los ojos con fuerza y a su mente vino una palabra extraña:
¡Mogamú!