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martes, 26 de junio de 2012

Skitia; Tierra escondida. (Parte 1)


Una tarde tranquila en la ciudad de Guadalajara, un domingo caluroso en compañía de la familia y una comida tradicionalmente tapatía. El mariachi, el tequila y los lonches ahogados escurriendo de salsa picante en los platos de cada comensal. Un convivio hermoso, donde cada uno de los miembros de tan extensa familia disfrutaba de cada broma del Tío Rafa a sus sobrinos e hijos. De cada experiencia del Tío Arturo, en los vinos, los platillos, y las grandes mujeres que un día pasaron por sus sábanas; claro, todo esto se hacía en voz baja, no quería que la Tía Sabella provocara otro reverendo circo enfrente de Emilia, su ahijada. Del irónico Abuelo Felipe Mazzocco y el cariño de la Abuela Gracia y sus maravillosos sopes de queso y frijoles. De las borracheras de la Tía Angélica y la Tía Moni, las mas chicas. Pinta para ser un inolvidable domingo, no siempre encontramos a todos aquí comiendo, platicando y bebiendo como cuando eran solo los tíos. La Tía Yolanda estaba muy molesta, sus tres sobrinos, que más que Luis y Rafael, Roberto era quien la hacía molestar tanto por su informalidad ante estos eventos familiares, pues eran los únicos que faltaban en todo el convivio familiar. Al verla solo se le veía el ceño fruncido diciéndole infinidad de cosas al Tío Rogelio, quien muy relajado y tranquilo, solo le decía que disfrutara de la compañía de su familia, que él no podía hacer lo mismo ya.
Se hacía tarde y ni una señal de Roberto para subir al carro y partir rumbo a la comida con sus abuelos, que tanto tiempo ya sin verlos, desesperaban por su llegada al dominical banquete de cada mes. __ ¡Beto! ¡¡BETO!!__, Luis gritaba desde la calle con un tono enfurecido y desesperado por ir a comentar su última conquista con el Tío Arturo; no podía esperar a recibir un apapacho de su seductor tío y  ser aconsejado más y más sobre las mujeres. Rafael, el más grande de los tres primos tan bien parecidos, esperaba tranquilo desde la lujosa camioneta color vino, una elegante máquina que al ser tan lujosa, no podía dejar de lado lo varonil y atractivo para cualquier mujer de las colonias más privilegiadas de la zona metropolitana. __ Ve a buscarlo, no creo que esté dándose prisa, sabes que estará leyendo acerca de ese bosque, como siempre__. Le dice Rafael a Luis, con un tono tranquilo y relajado, con esa voz masculina que caracteriza a la familia de los Mazzocco.
Roberto, un chico introvertido que no suele ir a muchas fiestas, sin embargo, prefiere beber cerveza y fumar hierba leyendo y viendo películas dentro de su habitación. Hábitos raros para un Mazzocco. Una de las familias más privilegiadas en la zona metropolitana y de las más reconocidas dentro de la clase social. Sus mansiones, sus carros, sus ranchos, y sobre todo sus integrantes masculinos, tan bien parecidos. Roberto, apasionado por la música y el arte, no era muy bien visto dentro de sus primos, todos generalmente vestían con ropa de marca, él solo prefiere vestir sencillo y tratar temas más interesantes que hacia dónde sería el próximo viaje de verano, si a Bruselas o a Nueva Zelanda. Pero últimamente, el más joven de los tres primos adolescentes se había interesado más en una pequeña leyenda urbana, olvidada ya por los habitantes de la ciudad de Guadalajara. Donde se cuenta la historia de un túnel. Un pasaje que lleva desde el bosque de La Primavera, hasta una tierra paralela dentro del espacio y el tiempo del mundo como lo conocemos. Skitia. __“Che cosa stai facendo? Abbiamo tempo di attesa”__. Luis, desesperado y gritando, irrumpió en la habitación de Roberto, quien preparaba sus cosas más importantes para ir a la comida de su familia, todo empacado en una mochila gris y desgastada. Luis, muy anonadado, pregunta Luis con un tono muy temeroso y preocupante __ ¿Para qué es esa mochila?__ No me perderé la oportunidad de escaparme de la casa del abuelo para empezar con mi aventura a “Skitia”__. Contestó Roberto muy seguro y motivado de que podría encontrar ese pasaje a un mundo totalmente alterno al que hoy en día conocemos. __No puedo creer que sigas con estas estupideces de niños, en un mes nos vamos a Estocolmo y aún no compras ropa de moda, ¿Quién te crees?__. Luis estaba enfurecido, no soportaba la inmadurez de Roberto, cada vez que él hablaba de Skitia, Luis se ponía de pie; prefería hablar por teléfono con su novia Samanta, -quien ya esperaba fastidiada en la casa del abuelo- que escuchar cuentos para niños de cuatro años. Pero Roberto confiaba en que Skitia, realmente existía. 

sábado, 7 de enero de 2012

El cinema Parte 3.2 (El caso Sáenz continúa)

Al llegar al lugar donde se había reportado el primer “incidente” me di cuenta de que ningún periodista se encontraba presente lo cual me hizo sentirme aliviado, nunca me he sentido cómodo trabajando con un estorboso metiche a un lado preguntando hasta el por qué de llevarme la mano a la cintura, de verdad fue un peso menos notar su ausencia, cautelosamente baje por fin del auto.

Ya se encontraban en el área cerca de ocho policías y algunos paramédicos que ya sólo servían para levantar los restos. Frente a mí estaban tendidos cuatro cadáveres, o al menos eso parecían, ya no quedaba mucho que los pudiera identificar como personas.

Sentía como mis piernas temblaban, realmente era asquerosa aquella escena, parecía como si el responsable hubiera masacrado los cuerpos ahí afuera donde todo mundo podría haberlo visto, no había un solo rastro de sangre que insinuara que el asesino hubiera arrastrado los cuerpos hacía la banqueta, era una colonia poco poblada pero me resultaba verdaderamente absurdo que no hubiera un solo testigo de lo que sucedió.

Naturalmente yo, con mi corta experiencia sentía que me quebraba, se había formado un nudo en mi garganta pero no podía distinguir si era de impresión o de asco, por otro lado aquel manojo de nervios que se había aparecido en mi cubículo alarmado ya no existía, Ruiz no parecía siquiera estar alterado ante la grotesca imagen, no señor, Ruiz podía ser nervioso y hasta explosivo a primera vista pero cuando alguna situación importante requería a una persona profesional y centrada, ¡él era esa persona!

-¿Ya notaste que la mujer tiene marcas diferentes a los hombres?- La pregunta de Ruiz me agarró por sorpresa, no me había percatado de que había una mujer entre los cadáveres, no es que fuera distraído, pero a los cuerpos se les había arrancado el cabello y vendado con cinta adhesiva los pechos y los genitales con mucha fuerza haciendo imposible distinguir el sexo, sin contar el hecho de que los moretones y las heridas no dejaban distinguir los rostros con claridad. Pero Ruiz tenía razón, la mujer, aunque era robusta, presentaba una singularidad en las heridas, el asesino había apuñalado de manera más profunda a los hombres pero le había dejado llagas muy superficiales a la mujer, hasta ahora no sabíamos si era un factor determinante pero decidimos tomarlo en cuenta.

Ruiz se encontraba hablando con un par de policías y parecía molesto, seguramente no le decían nada agradable o peor aún, tal vez le informaban algunas cosas que no hubiera querido saber, cuando por fin se quedó sólo me acerqué para discutir sobre lo que teníamos frente a nosotros, él me miró serio, puso su mano toscamente en mi hombro y me dijo –Mira Martínez… aún faltan dos puntos y aquí hay cosas que investigar… lo que quiero decir es… no quiero que me acompañes, me precipité al traerte conmigo, no creí que esto fuera tan grave- Por primera vez me hablaba como a un amigo, hasta llegué a sentir que se dirigía a mí como si le hablara a su propio hijo, -No te preocupes, a todos nos toca un caso difícil ¿no?- traté de sonar gracioso para relajar a Ruiz pero fue inútil, -No entiendes, llegué primero a éste lugar porque me habían notificado que aquí ocurrieron los primeros asesinatos, no conocía la condición de los cadáveres, por eso te traje, pero esto se puede poner muy feo y… escúchame, algunas veces uno no se envuelve en el caso, es el caso el que se envuelve con uno- Ruiz no lograba otra cosa más que confundirme con sus evasivas, insistía mucho en dejarme en aquel lugar pero no creí que lo que fuéramos a descubrir estuviera más allá de lo que pudiera soportar, nuevamente mi estupidez me llevó a seguir, debí escuchar a mi mentor.

Después de varios intentos infructuosos de Ruiz para persuadirme de quedarme ayudando a los peritos desistió y de mala gana aceptó que subiera al auto, podía sentir la preocupación y nerviosismo en Ruiz que cada vez se hacía más notoria hasta llegar a ser incómodo, iba en serio eso de dejarme fuera del caso, pero yo tenía confianza en mí mismo y creí que podría ser de utilidad, después de todo era mi primer caso importante y como todos en mi posición tenía ganas de demostrar de lo que estaba hecho.

Por fin llegamos a lugar donde se había reportado el segundo “incidente”, me provocaba gracia que Ruiz usara esa definición cuando se reportaba a la comandancia, bien podrían usar la palabra “asesinato” pero en la policía siempre se trata de suavizar las situaciones para darle un trato profesional. Entramos a una vieja casona deshabitada, había sido propiedad de un hacendado muy poderoso muchos años antes de que el pueblo comenzara a ser llamado ciudad, ¡bueno… yo aún prefería llamarlo pueblo, en mi opinión seguía siéndolo! La opulencia en la que había vivido aquel hacendado se dejaba ver en las dimensiones de la casona, casi una decena de pasillos daban a un patio principal y los cuartos se encontraban en los extremos opuestos separados por grandes salones, era difícil no perderse y más aún, llegar a dónde estaban las víctimas del asesinato.

Ésta vez no había policías en el interior, el par que había reportado el asesinato se encontraba custodiando la entrada para ahuyentar a cualquier reportero curioso, algo que creí innecesario ya que los sucesos aún no se habían convertido en un chisme popular del pueblo, a estas alturas todos los medios del estado estarían centrados en los acontecimientos pero habíamos sido muy discretos en ésta ocasión. Detrás de la puerta del fondo estaba lo que nos interesaba, con mucho cuidado avanzamos Ruiz y yo dentro de la polvorienta habitación, intentando precisar lo que había ocurrido ahí, lo que encontramos fue tan sorprendente como infinitamente grotesco.

En lugar de encontrar cuerpos apuñalados y desechos a golpes, encontramos lo que, según mis primeras impresiones eran seis cuerpos desmembrados, no parcialmente sino totalmente en pedazos, dedos, brazos, torsos, ¡Por dios! Hasta las partes de los rostros estaban desmembradas. Ya podía sentir mi desayuno volver y poco faltó para ponerme de rodillas y vomitar de no ser por un pañuelo mojado en alcohol que Ruiz me dio, aparentemente ya tenía algo de experiencia en este tipo de cosas ya que su reacción fue inmediata.

Debajo de toda esa frialdad, a Ruiz se le notaba una mirada desconcertada, -¡Te lo dije… te lo dije con un carajo! ¡No quería que estuvieras que ver esto, no ahora!- ¿No ahora? Ahora si me había dejado desencajado con sus palabras, se refería a mi primer caso importante…¿no?, creí que lo mejor sería no preguntar, comenzaba a retractarme de seguir en el caso.

-Pero qué hijo de puta…¿por qué habría de hacer esto?- Reclamó Ruiz al aire, una vez más se dejaba vencer por su bipolaridad pero hasta el día de hoy no considero que alguien hubiera podido reaccionar de otra forma. –¡Es un cabrón! Pero lo vamos a atrapar, ¡ya lo vas a ver!- Dijo lleno de rabia Ruiz antes de agacharse a ver de cerca de los restos desmembrados. -¿Cómo estas tan seguro de que sólo fue una persona?- cuando pensé esa pregunta en mi cabeza parecía ser más adecuada pero una vez que salió de mi boca me percaté de que no hacia más que prender más la mecha a la rabia de Ruiz, él me miró y por unos segundos creí que me miraba con unos ojos radiantes de odio, pero no... era más bien como si la incertidumbre lo dominara en ese momento, no soy idiota y aunque en ese entonces era joven, sabía que Ruiz me ocultaba algo, -Tu sabes quién hizo esto ¿verdad?, no he visto que tomes huellas o dediques tiempo analizando la escena, sólo quieres ver cómo dejó los cuerpos ¿cierto?- mi voz era calmada pero mi corazón comenzaba a latir tan rápido que de pronto me di cuenta que no quería saber la respuesta. Mi cabeza comenzó a unir los puntos, era algo sobre lo que Ruiz dijo, algún comentario, ¡si! Eso era …“algunas veces uno no se envuelve en el caso, es el caso el que se envuelve con uno”,  él sabía algo sobre este caso, algo con lo que no contaba cuando se dirigió a mí en la comandancia, algo que cambió después de hablar con aquellos policías… yo tenía motivos personales en este asunto, el problema y lo que ahora me ponía la piel de gallina y me hacia temblar era… ¿qué motivos?

Ruiz sacó un pañuelo de su bolsillo y vacilante lo pasó por la parte superior de sus labios secando un claro sudor nervioso, -A su tiempo…- fue todo lo que mencionó, después de eso se detuvo un momento en la puerta de la habitación y miró con asco la horrible imagen delante de él. Yo me limité a sacar un cigarro y encenderlo como pude ya que mis manos no eran de gran ayuda, temblaban tan rápido que bien pudieron haber desecho el cigarro en cuanto lo tomé. Fue entonces cuando sentí mi garganta tan apretada y mi piel tan acalambrada que dejé de lado el cigarro y me dirigí a Ruiz furioso, -¿De qué demonios hablas? Nada de “a su tiempo”, ¿Qué tienen que ver estos asesinatos conmigo?- Le repliqué casi gritando a Ruiz quien permanecía serio y no se había exaltado con mi comportamiento, sencillamente volvió a pasar su pañuelo para quitar su sudor y se sentó en un banquillo a un lado del torso de uno de los cadáveres, ni siquiera se molestó en observarlo, su mirada estaba dirigida por completo a mí, una mirada profunda. Era hora de la verdad.

-Mira Martínez, lo que hablé con los policías… bueno, no se exactamente cómo decirlo, ni siquiera yo lo entiendo muy bien…- Ruiz trastabillaba al hablar, traté de tranquilizarlo sentándome en una polvorienta silla que estaba cerca de un librero, -…mira, no sabemos bien lo que sucedió, es decir, la razón por la que no quiero que sigas en el caso… ¡Dios mío! Nadie te prepara para esto…- Ruiz se tornaba cada vez mas errante en sus oraciones y yo sentía a cada palabra como mi sangre se enfriaba, estaba seguro que para ese entonces ya tenía un color mas pálido que el de un muerto, -Tranquilo Ruiz, sólo dilo, puedo soportar lo que sea- tuve que mentir para que Ruiz se armara de valor y me dijera lo que en mi cabeza ya comenzaba a temer, -No, no puedes, no esto, nunca algo como esto- Ruiz bajó su cabeza y comenzó sollozar, no quería ni pensar lo que tenía que decirme si a él le provocaba tanto dolor, -Tu… los poli… los policías ya identificaron los cuerpos que yacen donde se reportó el tercer incidente- me levanté y eché un paso para atrás tropezando un poco por el nervio, si lo que tenía que decirme era lo que yo creía… -¿Quiénes son las pers… los cadáveres que están en aquel lugar?- tuve que apretar los dientes para terminar mi pregunta, sentía como un vacío recorría mi cuerpo, fue entonces que Ruiz levantó su mirada y con una voz cortada pronunció –Uno de los cuerpos es… es tu hermano, y al parecer también el mayor de sus hijos...- no se en que momento me derrumbé ya que cuando recuperé el sentido completamente estaba temblando y gritaba, podía ver como uno de los policías que antes estaba en la puerta ahora me sujetaba con fuerza de las manos mientras Ruiz trataba de tranquilizarme, ¡mi hermano! la única persona que durante mi adolescencia me apoyó cuando quise estudiar ciencias forenses, tan sólo tres días antes lo había visto junto con su esposa y mis dos sobrinos… ahora ya de eso no quedaba nada, mi hermano, mi amigo, un cabrón les había arrancado la vida a él y a su hijo y ni siquiera tenía idea del por qué.

-Tranquilízate Martínez, necesito que seas fuerte, esto aún no termina, ¡con un carajo! Tu quisiste seguir con esto, ¡ahora sigues!- las palabras de Ruiz podrían haber sonado demasiado violentas para el policía que me sostenía pero no para mí, sus palabras me hicieron entrar en razón y comprendí que ahora dependía de mí terminar el caso, por mi mente cruzaba que sólo yo debía terminar con eso. –Está bien- dije entre sollozos y con los ojos inundados en lágrimas, -¿Dónde está mi hermano?- mi mentor puso su mano en mi hombro y le hizo una mueca al policía para que me soltara, -Ahora iremos para allá, todo se va a resolver Martínez, vamos a atrapar a ese hijo de puta-

Al fin llegamos al tercer sitio, mi cabeza daba vueltas aún y Ruiz había tenido que recurrir a unos calmantes que tenía en el auto pero me pude percatar de que toda la atención de los medios estaba centrada en aquel viejo almacén de víveres de dos hermanos cuyos apellidos no podía recordar, el lugar estaba humeado y me dio la impresión de que alguien había detonado el lugar. Ruiz me ayudó a bajar del auto y los medios fotografiaron nuestra entrada como si de algún espectáculo morboso se tratara; ahí estaban los cuerpos de mi hermano y su hijo medio calcinados pero aún reconocibles, resistí la necesidad de explotar nuevamente al ver las innumerables llagas en sus cuerpos las cuales sabía que habían sido hechas antes de que el lugar fuera explotado. Ni siquiera le di importancia a los otros 3 cuerpos que yacían calcinados dentro del almacén, quería abrazar a mi hermano pero sabía que no podía, -vámonos Ruiz, Carmen tiene que saber que mataron a su esposo y a uno de sus hijos- Ruiz me miró con un aspecto devastado y antes de que pudiera decirme algo uno de los policías que acordonaba la zona lo llamó, me quedé ahí sólo unos segundos mirando los cuerpos y llenando mi mente de miles de maneras en las que planeaba matar al infeliz que les había hecho eso.

-Martínez… no se si esto te ayude pero tenemos una buena noticia, el hijo menor de tu hermano, Ramón, sobrevivió y sólo tiene heridas leves- debí sentirme contento ante lo que me decía pero tan sólo pensaba en que mi sobrino viviría sin un padre al que acompañaba a hacer algunas compras junto con su hermano aquel día, no sonreí al saber la noticia pero me aproximé a la camilla donde el pequeño estaba, lo tomé entre mis brazos y lo abracé tratando de consolarlo, hasta el día de hoy no se que tanto pudo comprender sobre lo que le sucedió ese día a su familia debido a su corta edad pero su llanto me hacía saber que lo había visto todo. Todos los periodistas tomaban fotos de mí abrazando a mi sobrino como si yo fuera el centro de atención, ¡malditos desgraciados! Siempre lucrando con el sufrimiento. Aquel día comenzó todo.

Pedí un descanso de una semana en el trabajo para poder recuperarme emocionalmente de todo eso, mi entonces novia me apoyó incondicionalmente así como yo me vi en la necesidad de apoyar a mi cuñada mientras encontraba un empleo para poder sobrevivir a la falta de mi hermano. Un día mientras estaba recostado pensando en lo sucedido sonó mi teléfono, era Ruiz diciendo que sabían quien era el asesino, rápidamente me cambié y salí disparado hacia la comandancia. Una vez que llegué vi a Ruiz y a un policía interrogando a uno de los dueños del almacén donde asesinaron a mi hermano, su nombre era Ricardo Sáenz y aseguraba que su hermano, el otro dueño del almacén había asesinado a todas esas personas y que aquella misma mañana se había presentado a su casa riendo como un desquiciado confesando su crimen, él había salido corriendo de la casa dejando a su hermano Fernando con su locura y una botella de ron, se había dirigido directamente a la comandancia y fue ahí cuando Ruiz me llamó. –Ya lo tenemos Ruiz, ¿qué esperas? Vamos a casa de este tipo antes de que sea tarde- No podía controlarme, mi euforia casi rozaba la obsesión por atrapar a Fernando Sáenz pero Ruiz se dirigió a mi de una manera molesta, -ya envíe una patrulla a su casa, sólo quería que supieras que tenemos al asesino, tu trabajo en este caso ya terminó- Sentí rabia al escuchar esas palabras pero ya nada podía hacer sino esperar a que el desgraciado apareciera en la comandancia esposado y ver su cara cuando lo encerraran de por vida, desafortunadamente nada de eso sucedió.

Fernando Sáenz ya no estaba en la casa cuando la patrulla llegó y hasta el día de hoy sigo trabajando en el caso de manera extraoficial; un año después su hermano Ricardo comenzó una enfermiza relación con la viuda de mi hermano hasta hace un par de años cuando murió a causa de una extraña enfermedad, ella nunca supo lo que su hermano Fernando Sáenz le hizo al mío, nunca tuve el valor de decírselo y aunque me resultaba repugnante verlos juntos lo aprobé a favor de la estabilidad económica que Ricardo les podía proveer, él y yo nunca volvimos a cruzar palabras pero él y yo sabíamos que estábamos ligados por algo tremendamente doloroso, juré no dar a conocer públicamente el nombre del asesino para proteger la vida de la familia de mi hermano. El apellido de Ramón cambió al mismo de su padrastro y con los años me alejé casi al grado de desconocer el lazo familiar que aún tenía con esa familia. En los últimos años había perdido de vista todo lo que tenía que ver con la familia Sáenz hasta hace unos días cuando su hijo, mi sobrino, asesinó a una persona involucrada en un terrible incendio tiempo atrás y había desaparecido de vista.

* El forense Fresnos escuchó atónito cada palabra que Martínez dijo y mientras de nuevo se escuchaban tenues gotas de lluvia cayendo desganadamente y estrellándose contra las ventas en su mente sólo se formuló una idea que se acrecentaba segundo a segundo: ¡ése caso no sería como ningún otro!

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En la ciudad aledaña al pueblo comenzaba a caer un aguacero y los últimos rayos de sol ya habían desaparecido; un joven se encontraba sentado en un pequeño bar lleno de gente mientras tomaba una cerveza, miraba la ventana a su lado cegándose con el letrero con luces de neón que colgaba por fuera mientras las gotas golpeaban el cristal, de pronto un hombre de edad algo avanzada se sentó frente a él y alargó su brazo tomando la cerveza, dio un largo sorbo ante la mirada distante del joven quien sonrió ligeramente al verlo, el anciano se recargó sobre el respaldo del asiento y con una mirada de malvada satisfacción dijo -¡Hola Ramón!-



martes, 15 de noviembre de 2011

LA RAÍZ DE LA TORMENTA (El cinema pt. 3.1)

No… nunca había visto un caso como ese, ni siquiera en estos días en que la violencia ha aumentado en todas partes, ¡Por dios! La misma naturaleza de los acontecimientos de aquel día sigue siendo un misterio para mí. La misma pesadilla me atormenta algunas noches aún después de tantos años, ¿Qué debía hacer? ¿Huir del caso? ¿Haber dicho lo que descubrí ese día? Tantas cosas dan vueltas tan rápido en mi cabeza que llegan a marearme y siento ganas de vomitar. Sólo comprendo una cosa, conocí la cruda realidad de las personas el día que comencé con el primer caso Sáenz.

Fue hace ya cerca de veinte años, pero recuerdo con exactitud lo que ocurrió ese día. Era 13 de julio, tarde soleada y calurosa, las calles no estaban muy transitadas como era costumbre, todo mundo hacía sus actividades cotidianas y yo, Gerardo Martínez Llosa me encontraba en la comandancia reportándome puntual, después de todo yo era el nuevo y no quería dar una mala impresión a mi jefe, el comandante Garza, por lo menos no hasta que otro mocoso como yo llegara al lugar, tenía entonces 29 años.

Sucedió cerca del mediodía, yo me encontraba sentado en mi escritorio dentro de mi pequeño cubículo revisando algunos archivos, casos aún no resueltos pero de poca importancia para la oficina de averiguaciones. De repente mi entonces compañero e instructor Iván Ruiz llegó alarmado golpeando mi escritorio, al escuchar su mano chocar con la madera eché un brinco para atrás un tanto asustado. –¡Tenemos que salir, ocurrió un accidente… mejor dicho, tres!- La voz de Ruiz sonaba fatigada y suficientemente exaltada como para alarmar al más tranquilo de los hombres en la comandancia. Rápidamente me levanté de mi silla y tomé mis cosas, una carpeta con hojas en blanco, mi pluma y una cámara por si se necesitara evidencia física, -¿Qué pasó? ¡cálmate un momento, estas poniendo a todos nerviosos y suficiente estrés hay aquí ya!- le dije a Ruiz bruscamente, no me consideraba un tipo de mal genio pero no soportaba ver debilidad en las personas, y menos si se trataba de una persona que fungía como mi mentor, -¡Te cuento todo en el carro, guarda tus cosas en tu saco y vámonos!...y Martínez!- Me dijo Ruiz -¿Qué?-le respondí con la misma actitud -Déjate ese tono altanero para tu mujer, a mí no me hablas en ese tono- Dijo Ruiz tajantemente, volviendo a ser él mismo de nuevo, no dije más y nos dirigimos al auto apresuradamente.

Una vez en camino me dirigí hacia Ruiz y me disculpé con él por haber tomado esa actitud, admiraba su trabajo como inspector en el pueblo ya que él había descubierto a una banda de secuestradores años atrás y seguía siendo muy efectivo a la hora de esclarecer los hechos de algún incidente ya fuera provocado o accidental, tenía una personalidad muy volátil pero me sentía cómodo trabajando bajo su tutela. El se limitó a mirarme de reojo y a soltar una ligera sonrisa confiada haciéndome saber que no se lo había tomado personal. –Una vez arreglado ese asunto… ¿me puedes decir que ocurrió? Nunca te había visto tan alarmado- su mirada no se despegó del camino mientras me contestó – Hasta ahora ya se reportaron quince personas heridas o muertas en tres puntos diferentes de la ciudad por quemaduras y mutilaciones por explosión- La situación no me parecía nada especial, quiero decir, comprendía la gravedad del asunto pero no entendía el porqué de la reacción de Ruiz, -¿Pero qué pasó? No entiendo que tiene de alarmante, ni siquiera se por qué tenemos que estar presentes en este momento, ¿no deberíamos llegar hasta que los heridos y los muertos sean retirados?- pregunté secamente a Ruiz. En ese momento yo era muy joven y no tenía la experiencia de Ruiz, antes de eso pude haberme zafado de todo lo que me esperaba. Ahora, 18 años después comprendo que el ahora fallecido inspector Ruiz no tenía intención de involucrarme de lleno a esa averiguación, entrenamiento solamente, pero nunca llegar a donde yo llegué. Hasta el día de hoy me arrepiento de haber echo esa pregunta…
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lunes, 26 de septiembre de 2011

El Cinema (Parte 1)

Caían ya las últimas frías gotas de lluvia sobre la ventana, Ramón tenía recargada la frente sobre aquel cristal y podía sentir la vibración con cada gota que lo golpeaba. Aquella tarde era diferente a las de las últimas semanas, aunque no pasaba un solo día sin llover desde que el antiguo cinema cerrara el mes pasado, en aquella tarde parecía que el recio aguacero por fin menguaba, Ramón sabía que probablemente no tendría una oportunidad igual, tomó su chaqueta junto con una caja negra que estaba sobre el escritorio y salió de su cuarto. Al bajar por las escaleras sintió una brisa helada proveniente de abajo,  -¡Papá, papá… otra vez se te olvidó cerrar la ventana, mira el charco que se ha hecho!- dijo a regañadientes Ramón al enclenque anciano con demencia que se encontraba postrado en el sillón junto a la ventana, -¡Si cuando regrese esto sigue así, te cumpliré eso de llevarte al asilo!- El anciano lo miraba pero parecía no entender lo que sucedía, sólo escuchaba a su hijo gritarle sin sentido, lo único que  hizo que Ramón parara de gritar fueron los ojos de su padre llenándose de lágrimas mientras retiraba su mirada de él y la dirigía hacia la ventana de la sala. Ramón meneo la cabeza en señal de negación y salió de su casa azotando la puerta con fuerza.

La lluvia ya era muy tenue comparada con aquella mañana, los estragos de los incesantes aguaceros se notaban en las corrientes de agua sobre las calles que ya habían inundado gran parte de ellas, era imposible andar en automóvil pero de cualquier forma resultaba innecesario dado el tamaño del pueblo. A lo lejos se veía el antiguo cinema sin sus características luces encendidas, durante muchos años había sido el único sitio que daba vida al lugar pero ahora no quedaban sino escombros y malos recuerdos. Ramón no podía mirarlo sin recordar a Mariana así que decidió tomar la ruta alterna hacia la casa de los Ramírez.

Mientras caminaba por la acera pensaba en el cinema, la butaca rugosa y a Mariana sentada a su lado  recargada sobre su hombro de tal forma que su escote sobresalía  y resultaba demasiado tentador, no sólo para él sino para cualquiera que pudiera observarla, pero no esa noche, esa noche sería más que su amiga con derecho, tendría que dejar de lado sus deseos y enfocarse en sus sentimientos, esa noche habría de pedirle que fuera su novia.

Una bicicleta pasando a gran velocidad se interpuso en sus recuerdos mientras pasaba por un enorme charco y empapaba sus jeans, -¡Jódete Jaime, ya me la voy a cobrar después!- le gritó Ramón al muchacho de la bicicleta. Jaime era un muchacho con cierto retraso mental que vivía cerca de su casa y que durante muchos años había sido  la diversión y burla de los jóvenes del pueblo, sin duda todo aquello terminó cuando el escuálido niño creció y se convirtió en un mastodonte de dos piernas, ahora se dedicaba a cobrarse las burlas de la única manera que él concebía, haciendo travesuras inocentes. La condición de Jaime no le importaba en lo absoluto a Ramón quien sentía una hirviente rabia hacia ese chiquillo irreverente, nunca había sido parte de los que se burlaron de él y sin embargo sufría sus constantes molestias al igual que todos los jóvenes de la cuadra, ¿niñerías? ¿bromas inocentes?, Ramón no sabía de esas estupideces, aún no olvidaba la pedrada que le había lanzado Jaime y le había echo una cicatriz en la sien el día que todo ocurrió,  el día que estuvo en el cinema con Mariana, aquella tarde que su padre le gritó por última vez.

Su padre… Ramón resbaló ligeramente de la acera antes de recuperar el paso mientras pensaba en los ojos llorosos de su padre hace algunos momentos, un puño en su pecho le estrujaba el corazón y cierto arrepentimiento se asomaba en él ¡pero no! Nunca le perdonaría lo que le hizo sentir durante casi dos años, se había vuelto un desgraciado después de haber permitido que su madre muriera, apenas dos años, Ramón sentía cada día como una eternidad desde que su madre sucumbiera ante una enfermedad que, según los médicos, podría haberse curado si hubiesen tenido el dinero suficiente para el tratamiento, de no haber sido por la actitud soberbia y tacaña que tomó su padre, en estos momentos su mamá seguiría viva y talvez nunca hubiera ocurrido lo de hace un mes, o al menos a él no le hubiera importado. Un golpe tras otro en su vida y todos eran culpables según el punto de vista de Ramón. Ahora eran sus ojos los que se ponían cristalinos así que paso torpemente su mano derecha sobre sus párpados para secarlos. Por su cabeza pasó que de no haber sido por la muerte de su madre no habría conocido a Mariana.

Era un 13 de julio, Ramón lo recordaba bien, el velorio se llevaba a cabo pero él no soportaba ver a su padre después de lo ocurrido, y menos después de tremenda golpiza que aquel despreciable anciano le había propinado, había salido disparado de su casa esa mañana prácticamente echando fuego, sus manos bien podrían haber destrozado un madero de haberlo tenido en sus manos, sus ojos ya lucían rojos y cansados de tanto llorar y su rostro era una clara señal del desvelo de la noche anterior, su madre había muerto mientras Ramón sentía como su mano se separaba de la suya y caía en aquella vieja cama, no había nada que lo consolara después de eso, nada, excepto aquella muchacha que vio parada frente al cinema sola y sin indicios de estar esperando a alguien, la miró y tuvo que secar sus ojos para poder observarla con claridad, ya la había visto entrando al cinema, siempre sola, era delgada y muy guapa aunque su figura no era nada extraordinaria a excepción de su escote que dejaba ver a una joven ya en su plenitud, coqueteaba con los transeúntes pero nadie que Ramón conociera le hablaba de ella como si fuera una chica fácil. Él siempre había sentido atracción hacia Mariana pero nunca había tenido la oportunidad ni valor de cruzar palabras con ella.

Un golpeteo en su pecho lo hizo acercase a ella, no importaba lo destrozado y desconsolado que se había sentido momentos antes, la presencia de Mariana de alguna forma calmaba ese ahogo en su garganta y lo hacía sentir tranquilo. –Hola- fue lo único que reparó en decir después de tocar el hombro de Mariana con timidez,  -¡Hola! ¿Qué tal?- su sonrisa era hermosa y por sólo un segundo olvidó lo toda la tristeza que lo invadía, aunque realmente fue sólo un segundo, pronto volvió a sentir ese nudo en la garganta y tuvo que toser para poder hablar, -Me.. me llamo Ramón, tu.. eres Mariana ¿verdad?- como si no lo supiera, desde que la había visto por primera vez había investigado un poco sobre ella y hasta sabía que era hija de una familia adinerada del pueblo, una joven extrovertida y alegre en todo sentido. –Así es, ¿estas bien?- dijo Mariana en un tono dulce haciendo referencia a sus ojos rojos y llorosos, -¡eh! Si, si, estoy muy bien, sólo estoy un poco sentimental el día de hoy, escucha, te he visto entrar sola al cinema varias veces y me pregunto si hoy quisiera algo de compañía, si de algo sirve, a mí sí me serviría un poco- Ramón notó una sonrisa sincera en Mariana lo que lo hizo sentir reconfortado, -Por supuesto, me encantaría que me acompañaras- de nuevo Mariana le echo una sonrisa pero ahora había algo de coquetería en ella, no podía evitarlo, era algo natural en ella.

Se acercaron a la taquilla y compraron dos boletos, ya dentro de la sala, a oscuras, Mariana se acercó a Ramón y le susurró al oído: -No tienes que aguantarlo, sé lo que le ocurrió a tu mamá- se separó de su oído y Ramón comenzó a sentir de nuevo ese nudo en la garganta, al mirarla pudo ver una mirada penetrante y sincera de condolencias, de pronto y sin ninguna explicación ella se acercó a él y tomándolo del cuello lo besó en la boca tan dulcemente que él no supo si la lagrima que rodaba por su mejilla era de tristeza o de emoción. De eso hacía ya casi dos años, y ahora al igual que ese día por la mañana, se sentía sólo y desconsolado, pero ésta vez sentía una rabia que no podía… no sabía como controlar.

Ya había librado la cuadra donde el cinema se encontraba y ahora cruzaba por el consultorio médico del doctor Juárez, aquel que dos años atrás había estado parado a su lado cuando su madre murió y que hace seis meses había sido el mismo que diagnosticara un extraño tipo de demencia degenerativa en su padre, algo así como la justicia divina, pensaba él, si embargo no podía olvidar la negligencia con la que se comportó al atender a su madre, un verdadero médico habría salvado su vida a pesar de hacerlo gratis, pero no, no el doctor Juárez, él era un mediocre y al igual que todos tenía la culpa de sus agonías. Se agachó y de entre las corrientes de agua pudo observar una loza de piedra no muy grande que sobresalía, sin importarle lo sucio del agua sumergió su mano y la sacó, demasiados fueron sus impulsos de arrojarla a la ventana del consultorio y por un momento creyó que realmente lo haría, pero en lugar de eso soltó la loza y con una voz quebrada y llena de rencor profirió: -¡Pronto!-

De pronto la lluvia se detuvo por completo y aunque el sol aún no salía, Ramón supo que esa era su oportunidad después de todo, era la señal, no importaba nada, no dejaría que ese día pasara en vano, hasta donde él sabía el clima podría convertir lo que había iniciado momentos antes en otro intento fallido. No iba a darse por vencido, el sólo pensamiento de no continuar y volver a su casa le hizo estragos el estomago y por un momento las nauseas fueron tan grandes que creyó que vomitaría, lo único que pudo hacer fue mantenerse firme y continuar. Las calles estaban desiertas y no había más que alguno que otro transeúnte atrevido que merodeaba las inundadas calles de aquel pueblo; bajo el cielo aún nublado se encontraba Ramón caminando sin detenerse cruzando el pueblo entero, mientras lo hacía pensaba en ella, en Mariana, la chica con la que comenzó una aventura adolescente tiempo atrás pero que en secreto se formaba en él un creciente deseo de tenerla, no como ya lo hacía, sino como algo diferente, algo puro y que fuera más allá de las calenturas de jóvenes y justo cuando se había armado de valor todo se había ido a la basura, ¡todo! Y no había mayor culpable en la mente de Ramón que José Ramírez.

Ramón se vio parado frente a la casa de los Ramírez y como si fuera automático sintió su cuerpo quebrarse desde adentro, sus manos y piernas estaban entumidas y la cabeza le daba vueltas, él se sujetó a la caja negra que había cargado todo el camino como si sirviera de apoyo y fue entonces que, casi llamado por el destino, salió José de su casa, era un joven un poco mayor que Ramón y también más robusto, llevaba una venda gruesa desde el hombro derecho hasta la palma de la mano, sin más su mirada inexpresiva se tornó hacia Ramón. Se encontraba a escasos metros de distancia y fue entonces que Ramón habló: -pude verte- su voz ya no sonaba quebrada y su postura emulaba a la de un perro preparándose para atacar, -lo sé, fuiste la última persona que vi antes de que llegaran todos, ya se a lo que viniste, pe..pero te ruego que lo pienses- José no hacía honor a su apariencia, sus ojos se humedecieron y su labio inferior comenzó a temblar, no dejaba de mover sus dedos frenéticamente y su piel se había tornado roja, casi parecía que estallaría de sufrimiento. A lo lejos, desde los escombros del cinema se pudieron escuchar tres disparos secos, precisos, con odio, aquella tarde fue la primera del mes en que no llovió.
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El inspector y perito Martínez Llosa era el encargado de la zona en cuanto a crímenes se refería, ese preciso día estaba de permiso pero tres detonaciones y un cadáver tirado fuera de su casa lo sacaron de su letargo. Al llegar al lugar de los hechos se encontró a Fresnos, un antiguo forense que ahora se dedicaba a verificar que todas las averiguaciones se llevaran a cabo cuando algún “incidente” ocurría.
-¡Ey! ¿qué pasa Fresnos?- gritó en un tono agradable Martínez. –Lo que ves- dijo en tono mucho menos agradable Fresnos.

-Un joven llamado José Ramírez de aproximadamente 24 años fue baleado por otro un poco menor, talvez 22 o 23 años, tres vecinos vieron todo desde las ventanas de sus casas y lo identificaron como Ramón Sáenz- Dijo Fresnos de una manera tan mecánica que casi parecía que estuviera leyéndolo. –Lo curioso es que ambos estuvieron en el incendio del cinema- Después de que Fresnos dijera esto Martínez cambió su semblanza y palideció, sacó una libreta café del bolsillo izquierdo de su abrigo y rápidamente  se lo pasó a Fresnos diciéndole: -Ordena que éstas personas anotadas sean vigiladas por la policía estatal comenzando por su padre- Fresnos no entendía lo que pasaba y más curioso le parecía que un inspector le diera ordenes a un semi-retirado forense que sólo estaba ahí para supervisar las averiguaciones. –¿Estás bien Martínez? Esto debe de ponerte muy nervioso como para que olvides que tu deberías ordenar dicha vigilancia- dijo Fresnos condescendientemente, Martínez sacó un cigarro de su pantalón y se lo puso en la boca, sus manos temblaban, era claro que estaba impactado –Lo sé, lo sé, pero no tengo cabeza en este momento para hacerlo, hazlo tú, te lo pido- Fresnos estaba cada vez más atónito, -No creo que sea la última vez que escuchamos de Ramón Sáenz- dijo Martínez aún con el cigarro en la boca y pasando su manos derecha por su cabello. -¿A qué te refieres viejo?- preguntó con incertidumbre el viejo forense y con un movimiento desganado se quitó el cigarro de la boca y suspiró mirando con pesades directo a los ojos del forense Fresnos, después se recargó en su camioneta y dijo: Es mejor que te sientes, tenemos que hablar...
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